
Que por poco y se nos acaba el piso, que casi terminamos en el infierno de tanto que nos arrastramos.
Yo les respondo: el infierno es aquí, desde el momento en que nosotras las mujeres, de todas las nacionalidades y en todos los niveles socioeconómicos, fuimos socializadas para cuidar y ellos solamente lo fueron para ser cuidados.
El infierno es aquí, mientras una amamanta a un bebé que no duerme, con los pechos destrozados, las pastillas posnatales en el cajón y el esposo en el celular viendo videos, sin que se le ocurra que debe hacer el desayuno para ambos para que puedas tomar tus vitaminas; que debe proveerte de agua fresca sin que se lo pidas porque tu ya estas criando, lactando y lidiando con cambios hormonales y físicos súper complejos y es lo mínimo que podría hacer.
El infierno es aquí, mientras una llora bajando las escaleras mugrientas de la casa de la que no sabe si podrá pagar la renta, con los hijos dormidos, cuando se da cuenta que OTRA VEZ, él llega tarde, y no estará presente mientras OTRA VEZ te tomas el misoprostol porque él es demasiado perezoso para operarse y demasiado egoísta para cuidarte, cuidar su hogar y atender tus emociones mientras vomitas casi cualquier alimento y tienes tanto vértigo que no puedes agarrar una escoba por un embarazo no deseado que debes terminar ese día, día en que no llega a acompañarte a tiempo.
El infierno es aquí, mientras todo mundo decide que es normal que las mujeres seamos “migajeras”, porque todos los hombres de mi generación y hacia arriba (y no se los demás), están acostumbrados a recibir sin dar nada equivalente y los “mejorcitos” dan nada más cuando se les pide, sin iniciativa de interés y cuidados, creando una herida fuerte y profunda en las mujeres que no recibimos reciprocidad y aprendemos que el amor es esto: conformarse, un trato del que nunca saldremos bien paradas.
El infierno está aquí, en manos de hombres que exigen que les expliquemos nuestras necesidades para después decidir si quieren cubrirlas, que prometen y olvidan y no cumplen, que pasan su tiempo en videojuegos y videos de risa mientras nosotras estudiamos para ser mejores madres o vamos a terapia para ser mejores parejas, amigas y serás humanas y ellos solo van a jalones y para apaciguarnos cuando la herida de la indiferencia es tan grande que amenazamos con dejarlos y con ello buscan prevenir el riesgo de la pérdida de la comodidad absoluta en la que viven.
El infierno es aquí, mientras yo le digo todo esto y él se indigna, porque le enumeré todas las veces que con pequeños detalles me niega el bienestar y el placer, sin importar si se lo pido, exijo o ruego, porque no, debo estar exagerando, él lo está intentando, ¡por dios!
Y no, la precarización en la que vivimos no tiene nada que ver con que inconscientemente elija tenerme temiendo morir de hambre, para que no escriba, no viaje, no crezca y no lo deje cuando finalmente entienda que me da mucho menos de lo que merezco.
Y, tal vez me equivoque, pero jamás lo sabremos, porque de terapia, ni hablar.
El infierno es aquí, mientras me dice que si me siento de esa manera puedo irme sin problema, y yo me doy cuenta que jamás voy a ganar, que ningún hombre esta socializado para dar en la misma medida en la que yo doy y que tengo dos opciones:
me quedo, sin expectativas y un acuerdo transaccional, que no comprometa mi corazón, (porque si, él es de los buenos que barre sin que se lo pidan) o me voy y me quedo eternamente sola, porque qué pereza y terror adoptar a otro hombre que esta socializado igual que el anterior, al que tendría que educar desde cero, desde la herida previa y desde la esperanza de ser parejos en los que cada uno da y recibe.
El infierno es aquí, en una relación heterosexual.