
Uno puede razonar una y otra vez las posibles ventajas o desventajas de una futura acción, lo cierto es que aunque mucho se medite, lo único que lleva a una persona a hacer algo, es la emoción que lo motive. Siempre. En consecuencia, por más vueltas que le demos, si no hay un vuelco, una ráfaga emotiva que nos mueva, no haremos nada. Por lo tanto, si durante años nos dijeron que había un villano rondando nuestras vidas, pero después de tanto tiempo de escuchar las mismas historias a la gente ya le da un poco lo mismo, no queda más remedio para aquel que construye la narrativa, aquel que tiene el poder, que encontrar un enemigo nuevo. Refrescar la indignación, el miedo, el odio: emociones morales todas altamente movilizadoras. En otras palabras, si Calderón no es opción, siempre podremos convertir a Zedillo en el villano.
Switching the witch, me recordó Mario —un amigo y experto en comunicación—, que se le dice a la práctica en Relaciones Públicas. Cambiar a la bruja, cambiar al enemigo, cambiar al villano. Relevante si consideramos que la narrativa oficial sí necesita de una acción fundamental por parte de cada uno de nosotros para poder existir: que salgamos a votar. Es decir, el voto siempre termina siendo emotivo.
Aunque sin utilizar esas exactas palabras, el que desarrolló esta idea fue Edward Bernays en la década de los veinte. Sobrino de Sigmund Freud, recibía constantes cartas de su tío sobre sus hallazgos psicoanalíticos, los cuales Bernays supo traducir al mundo de la propaganda y la opinión pública. Sin embargo, al ver cómo los nazis utilizaban sus métodos y técnicas como armas para sus criminales intereses, Bernays decidió no volverse a presentar como propagandista y al día de hoy es considerado el padre de las Relaciones Públicas.
Todo esto para anunciarle que hoy nuestro país tiene un nuevo villano. Las muestras de indignación que se han desatado después de que el ex presidente Zedillo decidió hacer pública su opinión sobre la Reforma Judicial y la necesidad de que los costos y los beneficios de las obras emblemáticas de López Obrador se transparenten a la ciudadanía, han sido telúricas. Lo curioso es que no se ha dado una sola respuesta razonada, ninguna argumentación sustentada en datos y tampoco una defensa técnica o estructurada de las decisiones, obras y proyectos gubernamentales. Lo que se ha hecho es negar la validez del interlocutor a través de reacciones emocionales de indignación. Una especie de pánico moral que busca ser contagioso. De esos que llevan el preámbulo: ¡pero cómo se atreve! y que el que lo emite asume que no necesita ninguna aclaración adicional, si acaso un resoplido de disgusto y la media vuelta.
Dediqué toda la semana a preguntar a los escandalizados si no les parecía útil enterarse de los datos de todos los proyectos en los que nuestros presidentes utilizaron el patrimonio de los mexicanos, incluidos los de López Obrador y el propio Zedillo. ¡Pero cómo te atreves! La narrativa del poder ya había movido la brújula moral de la gente.
Moral, no racional, esa es la clave. Lo que importa no es quién dice la verdad o quién oculta o miente, sin o uién logramos que la gente piense que es el bueno y quién el malo. Si lo es o no, da igual.