
La violencia en Veracruz ha alcanzado niveles alarmantes, y la gobernadora Rocío Nahle enfrenta crecientes críticas por su falta de acción efectiva para abordar esta crisis. Las promesas de Nahle de poner fin a la fiesta de sangre del crimen organizado se han convertido en meras palabras vacías.
Aunque Nahle intenta posicionarse como una líder activa, recorriendo comunidades y participando en eventos, su gestión parece más un espectáculo que un verdadero esfuerzo por combatir la delincuencia. La realidad para los veracruzanos es un aumento sin precedentes en los homicidios y masacres, poniendo en tela de juicio las afirmaciones de la gobernadora.
La aparición de cabezas en hieleras se ha vuelto común, simbolizando el terror que propagan los grupos criminales. Recientemente, en un hecho impactante en Coatzacoalcos, una hielera contenía una cabeza acompañada de un mensaje de un cártel, subrayando la gravedad de la situación. Además, el fatídico destino de Kenia Itzel Maldonado, una mujer embarazada asesinada en un enfrentamiento, revela la falta de seguridad en la región.
La crisis se agrava con emboscadas a policías y el asesinato de líderes comunitarios como Rubén Cruz Sagastume, quien fue atacado mientras lideraba la defensa de los derechos agrarios. Este episodio refleja cuán profundamente arraigada está la violencia en la vida diaria de los veracruzanos.
A pesar de las declaraciones optimistas de la gobernadora, la realidad es que la violencia no cesa. Los ciudadanos viven con miedo, cuestionando cuándo, o si, esta fiesta de sangre encontrará su final.